Fray Athelstan 6 - La morada de los cuervos

Nadie podrá olvidar jamás la noche en que el demonio llegó a Southwark. La primavera ya estaba empezando a dejar sentir sus efectos incluso en los sucios callejones del barrio que desembocaban en la orilla sur del Támesis. Las lluvias habían limpiado los excrementos que cubrían los adoquines y las nubes ya se habían disipado casi por entero cuando los  aprendices y los comerciantes retiraron los tenderetes de las calles en medio de la creciente oscuridad del anochecer de aquel fresco día primaveral.
Los carros de la recogida de estiércol avanzaban ruidosamente por las callejuelas mientras unos pobres hombres, con el rostro empapado de sudor, se afanaban en recoger los desperdicios y la basura que llenaban los hediondos albañales, pensando alegremente en los peniques que habían prometido entregarles a cambio de su trabajo. Ni siquiera el hinchado cuerpo de un gato o un perro muerto conseguía distraerles de la perspectiva del delicioso cuenco de sopa y la jarra de cerveza de que disfrutarían en cuanto terminaran su ingrata tarea.
Pike el acequiero, feligrés de la parroquia de San Erconwaldo de Southwark, también había salido a la calle y acababa de pasar por delante de la iglesia para dirigirse a la taberna del Caballo Pío donde le esperaban el Perrero, la Comadreja, la Raposa y la Liebre, sentados sobre unos toneles colocados boca abajo alrededor de una mesa en un oscuro rincón, con los rostros sin rasurar ocultos por las capuchas que les cubrían las cabezas.